Acababa de llegar a Forks. Había vuelto después de seis años. Seis largos e insosportables años. Lo cual era bueno y malo. ¿Ella seguiria estando aqui? Si, me dije. Probablemente estaría suspirando por otro hombre. Me dolío pensar eso. Y tal vez, pensé enojado, ese hombre era Mike. No, ella no tenía tan mal gusto, ¿o si? De todos modos, no me podía doler. Había sido yo quien la dejó, había sido yo quien le rompió el corazón en miles de pedacitos, y definitavemente había sido yo el que cometió el peor error que alguien jamás podría cometer. Dejando así, dos corazones muertos. O uno mejor dicho, porque el otro corazón, que ya lo estaba, ahora estaba doblemente muerto.
Fui a mi casa, que la encontré llena de polvo y telarañas. Algo más digno de vampiros, me dije con una triste sonrisa irónica en los labios. Tenía que limpiar, sabía que los demás llegarían pronto, yo me les adelanté. ¿Tendría mi estúpido corazón, doblemente muerto, una tonta e inútil esperanza? Me gustaba pensar que no. Me puse a limpiar como si fuera un humano, es decir, nada de poderes vampíricos. Necesitaba un tiempo sin pensar en nada. Así que lo hice tranquilamente, haciendo una limpieza detallada.
Eran las 5 de la mañana cuando terminé. Me senté en el piano y empezé a tocar una pieza que me gustaba mucho: Claro de luna de Debussy. Sí. A ella también le gustaba. Casi por incercia, mi dedos bailaban sobre las teclas, inundando la sala con la suave música. De pronto, lentamente, ésta empezó a cambiar, transformando Claro de luna en otra melodía. Su nana. Apenas me precaté de esto, paré de tocar y me alejé a velocidad vampírica del piano como si éste quemara y lo miré como si fuera un mounstruo horrible. Antes de que pueda evitarlo, los recuerdos empezaron a llegar a mi mente, agolpándose. Era obvio que volver a Forks iba a provocar estas reacciones.
Su rostro, su piel, su pelo, sus mejillas sonrosadas, su voz, su sonrisa, sus labios, su olor, sus besos, esa hermosa mueca que ponía cuando se concentraba, o cuando sabía que yo tramaba algo. Nuestro primer beso, nuestro primer baile, su remera azul, el brillo en sus ojos. Cómo me rogó que nunca me vaya de su lado después de que James la atacara. El día en que la dejé, su cara contorsionada por el dolor.
Las piernas me fallaron y caí de rodillas. Sosteniendome la cabeza con las manos y tirandome del pelo. Dejé escapar un agónico grito de dolor, llorando sin lágrimas, llorando sin llorar. Me dejé caer del todo al piso y me aovillé, dejando que una vez más el dolor por la terrible pérdida, se apoderara de mi.
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